
El día amaneció nublado, con grises nubarrones que auguran un buen chaparrón. Sin embargo, no puedo evitar sonreir. Sonreir con la boca entreabierta por miedo a quedarme sin saliva, para poder seguir sonriendo. La espesa capa que cubre el cielo, no puede evitar que me descubra a mi misma como un ser diferente. De una forma paulatina, he transformado mi abismo en agua cristalina. Ahora toco las piedras del río, presintiendo su tacto húmedo y rugoso, pero no puedo rescatarlas, y tampoco quiero. Cada cosa en su sitio, y ya se encargará la corriente de hacerlas bailar. Y no, nubes monstruosas, no lograréis arrancarme la sonrisa. He descubierto que mi boca se embellece ante el espejo. También que mis ojos brillan como las lágrimas cuajadas por la pasión, y que mi iris llega a parecerse al mar visto desde muy lejos, al fin y al cabo mar, cercano y lejano. Pero el más importante de mis descubrimientos ha sido comprobar que mi ventana, de madera acorchada por el tiempo, todavía se abre y se cierra, para asomarse en ella y tantear el infinito.
1 comentario:
me gusta mucho tu blog.
elisabet carrillejo isasi
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